Sorpresiva, sin dar respiro ni tiempo para imaginar, así se presentó el Coronavirus. Si bien hubo alertas tempranas de la comunidad científica sobre una situación de pandemia, pocos líderes prestaron atención. Lo urgente, que a veces no es ni tal cosa ni tan urgente, se antepone a lo importante. El caso argentino refleja en parte lo dicho. Su sistema de ciencia y tecnología se encuentra absolutamente desfinanciado. Se destina solo 0,6% del PBI a las áreas investigación y desarrollo contra un promedio del 3% en las naciones industrializadas; pero sobre todo, distribuimos los escasos fondos sin mirada estratégica. Tal vez, el apremio actual nos devuelva la mirada hacia lo importante aunque los beneficios sean recogidos más adelante. Nunca hay que subestimar a la ciencia y mucho menos desafiar a la naturaleza.
Pero reproches aparte y de cara al presente y un poco más, convendría preguntarse cómo ha reaccionado la comunidad universitaria ante el coronavirus y qué podría esperarse un poco más allá de la actual coyuntura. Por ahora, lo poco que sabemos es que los desafíos son múltiples y complejos, en donde la única certeza es la incertidumbre, tanto para alumnos, docentes, investigadores y para los sistemas de administración del mundo universitario. Recordemos que al comienzo de la pandemia y en solo un par de semanas, alrededor de 20 mil instituciones de educación superior alrededor del globo cerraron sus puertas mientras se buscaba una solución para no discontinuar la formación de más de 200 millones de alumnos.
Coronavirus y sistema educativo: la necesidad de acelerar un cambio cultural
Ante la situación de crisis, la modalidad remota ofreció una primera respuesta para que la universidad continúe cumpliendo su rol de educar. Sin embargo, ante el abrupto cambio, se escucharon ecos de resistencia. Por ejemplo, el Ministerio de Educación Superior de Malasia decidió discontinuar el dictado de todo tipo de enseñanza, presencial y virtual. En Argentina, desde el Ministerio de Educación se sugirió la suspensión de clases en todas las universidades, voz que no encontró mayor eco entre las instituciones, tanto públicas como privadas.
Sin embargo, y a pesar de las ventajas que la virtualidad ofrecería, surgen varios interrogantes. Cómo adaptarse a la modalidad cuando miles de alumnos no cuentan con acceso a dicha tecnología, o cuando parte del cuerpo docente se enfrenta al stress de ingresar en un mundo desconocido. Asimismo, de qué manera se podrá garantizar las condiciones que aseguren la formación de profesionales aptos para interactuar en un mundo que demanda competencias complejas y cambiantes. O cómo resolver el trabajo en talleres y laboratorios donde la investigación necesita sin pausa continuar la búsqueda de una solución para enfrentar a la Covid-19.
Sin duda hay ciertas prácticas que deberán reposar hasta que la situación de el respiro que nos vuelva a oxigenar. Mientras tanto, las cuestiones de calidad de la opción remota nos enfrentan a otro gran desafío; aunque no imposible de resolver. Un estudio hecho por la Universidad de California en Davis, encontró que la probabilidad de aprobar un curso se reduce un 11% si el alumno lo cursó en modalidad on-line. Por otro lado, también es cierto que la virtualidad es un camino que debemos aprender a andar para así mejorarlo. En Argentina, 150 mil estudiantes universitarios ya son parte de un universo remoto que ha venido creciendo año a año. A partir de 2017, desde la Secretaría de Educación Superior se acordaron reglas comunes para asegurar la validez y calidad de las ofertas educativas bajo esta opción. Es una medida en la dirección correcta que deberá cuidarse y continuarse. No para reemplazar el contacto cara a cara, sí para complementarlo.
Sin recreos y con menos alumnos por aula: analizan modelos de otros países
Otra dificultad, y según lo manifestado por Rectores y autoridades de distintas instituciones a lo ancho del mundo, es aquella de las asimetrías en el acceso a las tecnologías remotas. Muchas de las universidades, o sus sedes, generalmente las más alejadas de las grandes urbes, presentan problemas de conectividad, situación que atraviesa inclusive a los países de mayor desarrollo tecnológico. En Estados Unidos de América, por ejemplo, 15% de los hogares con niños o jóvenes en edad para asistir a la universidad carece de acceso a una conexión rápida a internet. O a veces, ni siquiera cuentan con una computadora. En el otro extremo, según lo dicho por la Asociación que las nuclea, solo un puñado de las 700 universidades del África subsahariana se encuentran equipadas para el cambio.
Otra dificultad, y según lo manifestado por Rectores y autoridades de distintas instituciones a lo ancho del mundo, es aquella de las asimetrías en el acceso a las tecnologías remotas
Sin embargo, no todo en el mundo de la educación superior es desesperación. Un principio de solución a imitar es el llevado a cabo por la Universidad de Campinas en Brasil, institución que ha repartido alrededor de sus mil computadoras entre los alumnos de más bajos recursos, y negociado descuentos con las proveedoras del servicio de internet. Es necesario ser imaginativos, no bajar los brazos para evitar que las asimetrías de conocimiento se sigan ensanchando. Es cierto, no se puede en un segundo resolver un sinnúmero de problemas cuando el virus parece atravesar múltiples situaciones de vida. De cualquier manera, la lección para un futuro pos-pandemia deberá aprovecharse.
A pesar de que la mayoría de los sistemas de educación superior siguen adelante con sus rutinas, cada cual de acuerdo a sus tiempos y posibilidades materiales y tecnológicas, cuando las aguas se aquieten y el sol vuelva a iluminar el sendero por el cual la humanidad camina, tal vez estas palabras de Procopio de Cesarea, el historiador bizantino del Siglo VI y a raíz de la pandemia que afectó al Imperio Romano en el 541, se hagan realidad: “Quienes habían sido partidarios de las diversas facciones políticas abandonaron los reproches mutuos. Incluso aquellos que antes se entregaban a acciones bajas y malvadas dejaron, en la vida diaria, toda maldad, pues la necesidad imperiosa les hacía aprender lo que era la honradez”. La honradez de dedicarnos a lo importante dejando de lado aquello que nos dijeron que era urgente, y que ahora vemos que no lo era tanto. Deberá ser la prioridad.
*Doctor en Educación. Profesor del Área de Educación en la Escuela de Gobierno, Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).